Tercera Expedición al Cordón del
Portillo organizada por el Club Andinista Mendoza Enero 1956
Relatado por Nigel Gallop / Mendoza
– Argentina
(Traducción: John Zareba)
(Traducción: John Zareba)
Viernes 6 de enero.
Después de haber finalmente empacado
todo el equipo pasada la medianoche, a las 6:30 ya me estaba levantando. Era
una mañana clara y soleada, típica de Mendoza. Después del desayuno tomé un
taxi a la sede del Club, llegando a las 8. El camión ya estaba allí y cargamos
las 12 cajas de cartón que contenían la comida, equipo de escalada y remedios.
El señor Calpe ya estaba preparando y subiendo su cine cámara. Pasó mucho
tiempo para los que se subían aquí al Club llegaran, pero luego de muchas
demoras logramos salir. Se juntó un grupo grande de viajeros, incluyendo las
chicas y amigos que harían el viaje hasta el Portillo y de vuelta por el día.
Rodolfo Vera no había recibido
permiso de su trabajo para poder ir y se uniría más tarde al grupo, pero no lo
logró, porque al final no pasó un examen médico que se insistió tuviera. Flury
también tuvo que abandonar, porque su padre estaba muy enfermo y trágicamente,
murió durante nuestra ausencia.
Pasamos por Godoy Cruz, Carrodilla y
Luján, levantando expedicionarios por el camino: primero Silvio, luego Jesús,
Renzo, Mike y finalmente Ulises. Casi ninguno de ellos estaba listo, pero una
vez saliendo de Luján a las 10:45hs se podía considerar que estábamos realmente
en camino. Ahora el calor del día había llegado, sin ninguna nube en el cielo y
las montañas casi invisibles en la bruma. Estábamos muy entusiasmados de estar
finalmente en camino luego de muchas semanas de preparación. Todos estaban muy
joviales. La única preocupación era la cuestión de las mulas. Las chicas
hicieron una presentación ceremonial a cada uno de los integrantes de la
expedición: dos campanitas unidas atadas con cintas de colores, a cada uno con
los colores de la bandera de su país. Rojo, blanco y azul para mí (Reino
Unido), Silvio y Renzo en rojo, verde y blanco (Italia), Jesús en rojo y
naranja (España), Mike en rojo y blanco (Polonia) y para Calpe, Fernando y
Ulises en celeste y blanco (Argentina). ¡Cinco nacionalidades en una
expedición! Cantamos por el camino mirando a las montañas que se ponían más
nítidas al acercarnos –me olvidé decir que el motivo de las campanitas era en
honor al cerro “Torre del Campanario”.
Íbamos ligero sin parar, pasando por
Tunuyán, por su avenidas rectas, luego bajo los sauces y álamos hacia el Campo
Los Andes, donde fuimos directo a ver el comandante, pero ni pudimos conseguir
una entrevista con él, así que continuamos, ahora por caminos de tierra y
piedra hacia el Portillo. Hermosas vistas del otro “Campanario” –el Campanario
del Pircas, bien a la izquierda. En el Manzano Histórico visitamos el monumento
al General San Martín. Pasando el Manzano, el camino estaba bastante malo en
muchos lugares, pero llegamos al refugio militar Capitán Lemos a las 2pm y
todos bajaron. Hacía calor. Allí tenían cuatro mulas en los corrales, dos de
montura y dos cargueras. Se entró en negociaciones con el oficial a cargo para
el préstamo de las mulas. Teniendo al capitán Calpe con nosotros ayudó mucho y
pronto todo se arregló. Cargamos a las mulas cargueras inmediatamente y dos
soldados encabezaron hacia la
Aduana con ellas, que estaba a una hora caminata más arriba
del valle, mientras que nosotros comimos un
buen almuerzo, descansamos haciendo la digestión cantando y fumando.
Esto duró hasta que volvieron las mulas y las cargamos otra vez para llevar el
resto. Nos despedimos y recibimos de cada una de las señoritas un beso (un
emocionante momento que se filmó) y nuestras compañeras retornaron en el camión
mientras que nosotros levantamos las pesadas mochilas y emprendimos la caminata
detrás de las mulas. Hacia mucho calor y aunque transpirando mucho, hicimos
buen tiempo. Mi frente y brazos inferiores ya quemados con el sol. Había un
fuego bien arriba en el valle y el efecto “contra sol” era bastante bello
ayudándome en la última etapa hacia la Aduana.
Allí nos dieron la bienvenida los gendarmes, quienes tenían
preaviso de nuestra llegada desde Mendoza. El sol bajó dramáticamente detrás el
gran triángulo de rocas que es el Puntas Negras y se tornó bastante fresco.
Tuvimos una linda cena asada, seguido por los mates, las pipas y a la cama.
Sábado 7 de enero.
Jesús Casanova, Renzo Vidoni y
Ulises Vitale se levantaron muy temprano y ya habían salido a las 6:30am para
marcar y, donde necesario, mejorar la senda y después de la lagunita, hacerla
en parte para las mulas, ya en la quebrada de los Arenales. El resto amaneció
cerca de las 7am. Galletitas y té para el desayuno. Una mañana brillante sin
nubes. Las mulas llegaron un poco tarde del refugio militar lo mismo que los
soldados que se durmieron tarde. Yo saqué fotos cuando estaban cargando las
mulas y a las 9 salimos. Las mulas estaban a cargo del soldado Álvarez de
Córdoba. Yo cargaba una mochila liviana de armazón. Doblamos hacia la quebrada
de los Arenales y a las 9:40 paramos por primera vez en un precioso prado en
miniatura al lado de un arroyo veloz. Tomamos un sabroso trago de esta agua
fresca. El perfume de las flores en la parte baja de esta quebrada es
maravilloso, más el sonido del arroyo y el canto de los pájaros. En esta mañana
la gocé más que nunca. La próxima etapa era el pasaje por el gran acarreo que
bloquea el valle bajo la
Lagunita, de unos cien o más metros de altura. Aquí tuvimos
grandes dificultades con las mulas, más que nada porque nuestros marcadores de
senderos perdieron la ruta más fácil y nos dirigieron a unos grandes
pedregullos difíciles de pasar. Más de una vez las cargas de las mulas se
deslizaban, lo que hacía que teníamos que desembalar por completo y reajustar
las cinchas, poniendo todo el equipo de nuevo – una tarea larga y fastidiosa.
De todas maneras, llegamos arriba bajando hacia la Lagunita donde por 1 hora
y 15 descansamos y almorzamos. Había un zorro gordito y bien saludable
husmeando entre las rocas luego donde comimos, sin temor a nosotros que
estábamos apenas a 10metros. Una mula perdió una herradura por lo que tuvimos
que dejarla atada allí y distribuir su carga entre las otras tres. El próximo
tramo hasta la Ciénaga
también era muy pedregoso y continuaron los problemas con las mulas y sus
cargas. Sin embargo, a esta altura, la zona es una de las más pintorescas de la
quebrada, con áreas cubiertas de florcitas de todo color: rojas, blancas,
amarillas, celestes y el arroyo con cascaditas casi continuas, con espuma
blancas y siempre con el fondo de los inmensos cerros de rocas rojizas. Recién
alcanzamos la ciénaga a las 3:30pm. Aquí se ven los pastitos por última vez y
aparecen los grandes picos atrás, imponentes, en especial la pirámide
puntiaguda del Gemelo Norte.
Luego, con más problemas con las
mulas, dos que tenían lesiones en sus panzas por el roce con las rocas ásperas,
llegamos al pie de la gran morena. El grupo de avanzada nos había esperado en
la ciénaga así que ahora estábamos todos juntos de nuevo. Logramos hacer llegar
una mula parte de la subida de la morena, pero las otras dos no se movían por
nada – que no es sorprendente por el terreno empinado difícil y con su heridas,
una ya sangrando mucho de su costado por lo que Calpe le puso una venda. 6pm:
Silvio, Fernando y yo teníamos que bajar a la Aduana y traer el segundo contingente de mulas al
otro día, así que comenzamos a bajar con Álvarez y las mulas, mientras que los
otros se preparaban para pasar la noche allí en las morenas. El trabajo de
ellos para el próximo día sería de llevar las cargas traídas por las mulas
desde debajo de las morenas hasta arriba y comenzar a preparar el campamento
base. Descendimos rápido, cada uno trayendo una mula y recogiendo la cuarta
mula que había quedado en la lagunita. La mula mía era muy haragana y sus mañas
me hicieron enojar bajando el gran acarreo. Allí decidió que quería pasar la
noche. Comencé a tirarle rocas a su trasero y eso al fin tuvo reacción y cada
vez que paraba, otra vez con la piedra le daba (a la RSPCA – sociedad de
protección de animales de mi país – no le hubiera gustado esto… pero fue la
única solución). Esta era una mula carguera, así que no tenía montura solo el
armazón para la carga, que traté de montar, pero resultó muy incómodo por lo
que preferí caminar. Logramos llegar a la Aduana antes que anocherciera a las 9pm. Me
sentía muy cansado y tenía un pie por ampollarse, por lo que luego de cenar y
fumar mi pipa, a las 11:30, me fui a dormir.
Me desperté a las 7:30 cargando las
cosas que llevaba y saliendo a las 9:30, esta vez solamente con dos mulas (una
con montura y otra carguera) y con otro soldado. Soldado Castellino, también de
Córdoba. Era otro día caluroso y con menos brisa. Mi carga no era mucha. Esta
vez tomamos la ruta correcta por el acarreo, por lo que fue más fácil, salvo
que tuvimos que desembalar y cargar las mulas dos veces. Lo que pasa es que
esta mula es muy astuta: cuando la atan, mantiene sus pulmones llenos así la
cincha esta a su comodidad! Esto por supuesto significa que más adelante
comienza a desplazarse su carga hacia un costado. En una de estas operaciones
de recargar la mula rompí el vidrio de mi reloj (que era de mi padre), por lo
que tuve que guardarlo con cuidado para no romperlo más. Ni Silvio, ni Renzo
tenían relojes así que cuando estábamos apartados de los demás no sabíamos bien
la hora. Almorzamos en la
Lagunita, esta vez sin ver el zorro, entre las 12 y 12:45 y
luego con bastante rapidez seguimos hasta la Ciénaga y al pie de la morena, adonde llegamos a
las 2:45pm. Desde allí Castellino bajó las mulas perdiéndose finalmente de
vista. Descansamos media hora y luego cargamos lo más que pudimos. Paso por
paso ascendimos la morena, arriba de la cual, en una pequeña planicie a nivel
encontramos a los demás con todo el equipo. Nos tomó una hora y cuarto para
subir la morena, mientras que si no hubiésemos tenido la carga pesada se hacía
en 20 minutos. Nos habían visto llegando y tenían la sopa lista. Luego todos
nos dedicamos a nivelar lo mejor posible, sacando las piedras, etc. Formando
cuatro espacios para las carpas, una al lado de otra. La de más arriba era la
carpa de la Fuerza Aérea,
de Calpe con Mike, luego la de Silvio y mía, un poco más abajo la de Jesús y
Fernando y la de más abajo la de Renzo y Ulises. Era un pequeña villa! La luz
del atardecer iluminaba las enormes paredes de rocas y sus puntiagudos picos,
algo hermoso, parecía tornarlas en furiosas llamas, especialmente uno que
bautizamos “La Botella”
un par de años atrás, gloriosa torre que dominaba nuestro campamento. Unos 200 metros más allá
estaba el sitio donde acampamos hace un año para hacer el “Tres Picos de Amor”
y que parecía que lo hubiésemos dejado recién ayer en ese estado. La altura de
nuestro campamento era de 3688
metros de altura de acuerdo al altímetro. La aduana se
encontraba a 2469 metros
de altura. A las 7 pm bajamos al pie de la morena para recoger el resto de los
víveres y equipo de escalada, siendo mi carga dos latas de 5 litros de alcohol. Luego
cenamos cada unos en sus carpas. Calpe, siendo el doctor de la expedición, se
puso a trabajar en un furúnculo de Mike y a tratar el dolor de muelas de
Silvio. A dormir a las 10:30pm en una noche de viento. Yo me encontré de nuevo
con sueños fantásticos que se me dan en las alturas, esta vez conectado a una
doncella de Siria y terminando con un vuelo de avión por la calle San Martín de
Mendoza y parando en cada esquina para bajar personas…
Lunes, 9 de enero
Me arrastré fuera de la carpa a las
8:45. Silvio ya había desayunado, así que me lavé la cara, limpié los dientes
(menciono esto porque creo que fue la última vez que pude hacerlo) y me preparé
un desayuno con “Yumil” (un tipo de cocoa) y galletas. Habíamos traído
cocinitas de alcohol para cada miembro de la expedición y estas trabajaban muy
bien –costaron menos de 3 pesos cada una. Esta era una mañana clara con sol y
con el viento aminorando pronto entré en calor teniendo que sacarme unas
prendas. Ayudé con varias tareas y me sentaba a cada rato para escribir en mi
agenda en el solcito. Izamos una banderita del club en una varilla sobre un
montículo que sobre veía el campamento y construimos un almacén y una cocina
con rocas además de un refrigerador hecho de nieve.
Durante la noche, un animal, que en
ese momento creímos era un puma, pero más bien debe haber sido un gato montés,
devoró dos kilos que queso que teníamos y cuatro chorizos grandes tipo
Cracovia. Almorzamos todos juntos con sopa de tomates, pescado, cebollas y
carne enlatada bien picante.
En la tarde nos fuimos a caminar
hacia arriba de la quebrada sobre muchas lomas de morenas, cruzando lo que
llamamos “el gran anfiteatro”, pasando una linda cascada hacia el pie del pico
Pirquitas y hacia el paso de acceso al
Gran Glaciar. En cierta manera esto fue como un viaje de reconocimiento. Yo
estaba con Mike, Renzo y Ulises.
Nos dimos cuenta que había una
subida empinada para acceder al Gran Glaciar. Tuvimos magníficas vistas del
Gemelo Norte, que se veía imposible subir de este ángulo, y además de un bello
cerro virgen con mucho hielo (sin nombre) vecino de los Tres Picos que se
mencionó como el Fraile “Panzón”, como era parecido al Fraile pero más gordo.
Yo preferí llamarlo el “Vecino Blanco”. Nos juntamos con el resto para visitar
un hermoso lago de aguas celestes verdosas que encontramos en una olla de las
morenas con el Gemelo Norte de fondo. Volvimos al campamento a las 4pm
charlando sobre nuestros planes para el futuro inmediato. Decidimos instalar un
campamento base de avanzada en el Gran Glaciar antes de intentar las cumbres
porque el presente campamento base estaba demasiado abajo y demasiado lejos. En
el día siguiente, Renzo, Silvio y yo subiríamos al Gran Glaciar con sólo carga
liviana buscando un sitio donde poner el campamento, mientras que los otros
traerían las cargas pesadas (mayormente comida) hasta el pie de la subida
empinada al final de las morenas. Comimos cada uno en su carpa esa noche,
Silvio y yo sopa de carne y tomate, porotos fritos y copos de maíz con leche
caliente. Esa noche me entró un dolor de cabeza con un poco de diarrea. En el
medio de la noche nos despertamos todos con un grito de “puma, puma!” de al
lado. Saqué la cabeza de la carpa lo mismo que otros y de más lejos abajo se
escuchaban voces medias dormidas preguntando que pasa. Calpe aseguraba que
algún animal, que asumió era un puma, estaba tratando de entrar a la carpa,
raspando sus zarpas. Esto es lo que mantuvo, que lo soñó o imaginó no sabemos,
pero sí que causó algo de que reírnos.
Con el tiempo claro, nos levantamos
a las 7:45pm. Pienso que salimos con Silvio y Renzo entre las 9 y 9:30. Yo
cargué con equipo de escalada y cosas personales no muy pesadas y con una lata
de 5 litros
de alcohol montado todo en la mochila de armazón. Subimos lentamente las
morenas que eran enormes e interminables, descansando frecuentemente, y parando
para almorzar sardinas (creo que era la dieta usual). Hacia el pie de la subida
empinada, las morenas se transformaron en campos de penitentes. Nos alegramos
notar que estos penitentes eran en general de menor tamaño este año que en 1954
y 1955, debido quizás por la tardía llegada de este verano. La subida final era
muy empinada y consistía de acarreo flojo y rocas sueltas. A medida que
ascendimos el espectáculo hacia el oeste y norte se abría cada vez más grande,
expandiéndose. Bien enfrente se veía el grupo de los Tres Picos de Amor,
increíblemente bellos (yo pensando por dentro: qué privilegio es aquél de haber
sido el primero en sentar pie en esos picos tan llenos de gracia!) y más al
fondo se veía la masa blanca del Cordón de las Delicias (sin explorar todavía)
y los cerros distantes Tres Mogotes y el macizo del Plata. Debajo de nosotros,
y ahora viéndose con mucha profundidad, se encontraba la Quebrada de los Arenales,
que baja hasta el Valle del Portillo y más abajo, bien al fondo, ese celeste
océano que es la pampa argentina. Un poquito arriba de nosotros estaba la pared
de hielo que es el borde del Gran Glaciar, pero pudimos evitarlo yendo por la
izquierda y pronto ya estábamos caminando sobre el borde mismo del glaciar.
Como se elevaba como una loma de hielo más adelante y hacia el centro, tuvimos
que caminar unos 200metros para ver exactamente donde estábamos. Este fue uno
de los momentos mayores e imposibles de describir de la excursión y de la toda
mi experiencia en la montaña: el momento en que montamos el Gran Glaciar. Sólo
puedo decir que fue como si saliéramos de este mundo y entramos a otro
infinitamente enorme, infinitamente alto, remoto, frío, limpio y permanente. Detrás
nuestro estaba el portezuelo por donde entramos, la profunda depresión de la
quebrada, y detrás: las nieves de los Tres Picos de Amor – y acabábamos de
entrar a una amplia planicie congelada con suaves ondulaciones, rodeado en
todos lados por impresionantes picos. Este es el verdadero corazón del Cordón
del Portillo – un corazón helado y solitario, muy remoto y separado del resto
del mundo. Los picos en sí son magníficos alcanzando un cielo de nubes cirrus
angostas: los enormes Gemelos, el par de cúspides del Fiala, el castillo de
granito que es el Campanario, su parte superior, que aparece detrás de un cerro
de menor envergadura enfrente y otros grandiosos cerros aún siquiera sin
nombrar. Fue un momento que me impresionó en todo sentido. Ofreciendo datos más
precisos, el Gran Glaciar debe tener entre 10 y 15 kilómetros de
longitud total, en forma de “L”. Nace en la cara noreste del Gemelo Norte y fluye
en dirección noreste hasta más o menos su mitad, donde dobla bruscamente hacia
el sur, terminando en la quebrada del Campanario, que descubrimos el año
pasado. Estábamos ahora en el borde exterior justo donde se dobla. Con alivio notamos
que aquí los penitentes eran pequeños, un detalle muy importante ya que hay que
atravesar el glaciar para llegar a los distintos cerros en los que estábamos
interesados. Me ocupé en sacar fotos, algunos desde el glaciar mismo y otros
desde un promontorio rocoso. Dejamos el equipo que trajimos en un lugar seguro
y tomamos en cuenta posibles sitios para las carpas en una banquina de rocas
cerca del costado del glaciar y luego, a regañadientes (por lo menos en mi
caso), comenzamos a bajar… más bien, físicamente, porque espiritualmente yo me
había quedado allí arriba en el glaciar. Bajamos con facilidad en 2 o 2 1/2
horas, pasando nuevamente por la hermosa lagunita hacia el campamento base. Los
otros ya habían llevado su carga al pie del paso. Cené con Renzo y Silvio (habíamos
llevado nuestra carpa al glaciar así que me mudé con el Renzo reemplazando a
Ulises, quien se fue con Jesús y Fernando, mientas que Silvio entró con Mike y
Calpe) consistiendo la cena en ensalada de porotos, sopa de porotos y copos de
arroz con leche. Me sangraba mucho la nariz, quizás por haberla soplado
demasiado fuerte. El hecho es que había adquirido un fuerte resfrío, no sé cómo
ni dónde, y era un maldito inconveniente porque entre otras cosas no me
permitía dormir bien. Esa noche había un cielo rojo enojado con nubes bajas
jugando siniestramente entre los picos y no teníamos mucho optimismo con
respecto al tiempo para el día siguiente.
Mike, Renzo y yo nos pusimos a
cantar, primero con el fuego afuera y luego dentro de la carpa, donde Mike nos
brindó con unas movidas polcas polacas!
Miércoles, enero 11
Me levanté con el sol, el tiempo
manteniéndose claro. Todos en el campamento estaban empacando y me hice el
desayuno. Dejaron una carpa armada, la de Calpe, y dentro de ella metimos todo
lo que no llevamos hacia el glaciar. A eso de las 10:45 salimos todos, luego
separándonos en grupitos. Mike, Renzo y yo formamos un grupo, seguidos por
Calpe que andaba lento y con dificultad. Teníamos una carga mediana e íbamos a
paso cómodo, pero Calpe se iba quedando atrás. Nos juntamos todos en el lugar
donde dejamos la comida, al pie del ascenso final.
Descansamos un largo rato y lo
esperamos al Calpe, quien se veía muy abajo como un puntito en las morenas con
los prismáticos. Sin embargo logró llegar. Aquí dividimos la comida en tres
porciones: una para Jesús, Fernando y Ulises, otra para Renzo, Silvio y yo, y
otra para Mike y Calpe. Renzo, Silvio y yo decidimos hacer un gran esfuerzo y
llevar todo en un viaje al próximo nivel, agregando la comida al equipo que ya
llevábamos. Bueno, créanme, fue más que un gran esfuerzo! No sé cuanto pesaban
nuestras cargas pero nos rompían las espaldas siendo un enorme sacrificio
llegarnos arriba por lo empinado y el acarreo suelto, pero lento, lento lo logramos.
Era realmente un hermoso atardecer cuando llegamos al paso por donde entramos
al glaciar por segunda vez. El otro
grupo no había traído todo su equipo, dejando parte para el día siguiente. Cada
equipo buscó lugares fáciles de nivelar y se levantaron 3 carpas, esta vez
bastante apartes. La nuestra estaba situada parcialmente sobre roca y nieve
pero como teníamos los colchones inflables – estos eran hechos en casa – esto
no tenía mucha importancia. Cuando el sol bajó detrás de los Gemelos, la temperatura
bajó muchísimo y nos metimos en las carpas: La altura de este campamento era de
4404 metros.
Yo tenía un fuerte dolor de cabeza y me continuaba sangrando la nariz, salpicando
todo con sangre, el anorak, la carpa, en las piedras y no podía ayudar cuando
preparábamos los sitios para las carpas, aunque traté. Silvio hizo una sopa de
carne y tomate delicioso para la cena y con eso adentro nos fuimos a dormir.
Otro día claro más… (si a este punto
piensa que este hermoso clima es monótono, espere un poco, porque las cosas
estaban por cambiar!) Nos tomamos el tiempo con todo, empacando, bajando las
carpas y guardando todo en mi bolsón que quedaría atrás. A eso de las 11:00 nos
despedimos y nuestro grupo salió. Nuestro objetivo: Los Gemelos. Cada uno
llevaba una mochila de asalto bien cargada. Entramos lenta y penosamente al
Glaciar, agradeciendo a Dios que los penitentes eran pequeños y apuntamos hacia
los Gemelos que se erguían bien en la esquina final del glaciar, de donde nace.
Tratamos de mantener una línea recta, pero había que tener en cuenta los
contornos del glaciar y la altura y el grosor de los penitentes y hacer que
nuestra subida era gradual, evitando los grupos de penitentes altos. Lentamente
nos separamos del paso, bordeando ahora las banquinas del Pirquitas a nuestra
derecha, luego corriéndonos más hacia el centro del glaciar hacia el pie del
doble pico Fiala y luego volviendo hacia el segundo y más alto de los dos pasos
que dan acceso al Glaciar desde el tope
de la Quebrada
de los Arenales. Este paso más alto fue el que utilizó el CABA, el año pasado
cuando llegaron al Gran Glaciar por primera vez y subieron el Pirquitas y el
Fiala. Nos tomó cerca de 2 horas llegar aquí desde nuestro campamento en el
Glaciar. Ahora descansamos sobre unas rocas al pie del Pirquitas y almorzamos –
sardinas, turrón, etc. La vista al fondo del macizo de los Tres Picos de Amor
de este paso es especialmente bella, y estábamos casi en la sombra del Gemelo
Norte que domina este punto más alto del glaciar. Desgraciadamente las nubes
comenzaron a juntarse en el norte y oeste, viniendo de Chile – un mal signo.
Emprendimos viaje nuevamente dejando un camino bien marcado entre los
penitentes, los cuales habían aumentado de tamaño al incrementar la pendiente y
ascendimos lentamente hacia la gran grieta que defendía nuestro cerro. A esto,
el cielo se había nublado por completo y las nubes pronto estaban rozando las
cumbres de los picos más altos. Comenzó a nevar y aunque era temprano en la
tarde (probablemente entre las 4 y 5pm) decidimos que era tiempo de hacer
campamento. Entramos a trabajar haciendo una plataforma de lo que era realmente
una pendiente de penitentes y nos tomó mucho trabajo con las piquetas. En este
nivelado armamos la carpa, anclándola con clavos en el hielo y nos metimos
adentro. Esta labor me trajo de vuelta mi dolor de cabeza, bastante fuerte.
Cenamos con galletas, un poco de pan con miel y una taza de té cada uno. Luego
nos acostamos y charlamos por mucho tiempo, mayormente sobre montañas. Al
anochecer, cuando miramos fuera de la carpa, las nubes se despejaron
temporalmente revelando una vista drámatica del glaciar bajando hasta la curva.
El glaciar mismo estaba en la sombra pero los grandes picos alrededor _ Pircas,
Fiala Campanario y otros sin nombres resplandecían en puesta del sol. A pesar
del frío fotografié la escena antes de dormir – pero deseaba haber tendido
película en color para grabar el blanco, turquesa y rojo. Era una escena
enojada y escabrosa. La noche era helada e interminable y no podía dormir
debido al dolor de cabeza – la peor noche pasada (aparte de otra) en esta
expedición. La altura aquí: 4800
metros (exactamente la altura del Mont Blanc en los
Alpes).
Mi primera vista abriendo la carpa
en la mañana era tan hermosa como la noche anterior, pero con la luz y
coloración bastante distinta. El glaciar estaba iluminado por el sol y la
distribución de la brillante luz con las sombras era lo opuesto a la noche
anterior, siendo los colores negros y plateados.
Había un mar de nubes relucientes en
el horizonte, pero había nubes menos atractivas sobre nosotros y nuestro cerro
tenía su punta cubierta. En realidad no parecía que el tiempo era muy propicio.
El desayuno consistió de una taza de cocoa y dos galletas, y, como en la noche
anterior, nos tomó bastante tiempo prepararlo, porque la nieve tenía que ser
derretida para tener agua. Se necesitaba mucha nieve para hacer un poquito de
agua, luego hay que hervirla – y seguir hirviéndola por bastante tiempo hasta
que esté realmente caliente (a esa altura el punto de ebullición es mucho menor
que cuando se está al nivel del mar). No salimos sino hasta recién las 9:30am
pienso y yo tenía mi dolor de cabeza hasta el momento en que salimos pero se
fue apenas comenzamos a subir. Era una empinada y larga subida por los
penitentes, pero ganamos bastante altura rápidamente, pasando por la gran
grieta y entrando a la galería entre las paredes de rocas llena de penitentes
que corta por el medio de esta cara noroeste viniendo casi desde la cumbre, y
el cual identificamos como la obvia vía de ascensión tan pronto la vimos desde
lejos. La galería gradualmente se hizo más angosta y luego se bifurcó y tomamos
el brazo izquierdo que iba más directo. Me imagino que el ángulo de la
pendiente era de 45 a
50 grados, pero parecía más. Si hubiese sido liso, de nieve dura o hielo,
hubiera sido difícil y peligroso, pero estos penitentes hicieron una especie de
escalones naturales así que no tuvimos que usar las (piquetas*), el encordado
ni los grampones. El tiempo se cerró, y perdimos vista del paisaje fuera de lo
que era la hondonada o galería entre las rocas por donde subíamos, excepto el
ocasional vistazo cuando las nubes se despejaban un poco. Descansamos y comimos
una lata de sardinas. La galería se puso muy empinada y las rocas del costado
se iban cerrando así que sabíamos que estábamos cerca de la cumbre, y allí
justo, detrás de un borde de una roca, bien arriba sobre nuestras cabezas vimos
una punta contra el cielo gris: la cumbre. La última parte era casi vertical,
una pared de nieve dura que había que negociar con cuidado (hicimos escalones
con las piquetas). La cumbre resultó ser una cresta afilada de nieve de unos 10metros
de largo suficientemente ancha como para sentarse, con ambos costados cayendo y
desapareciendo en las nubes abajo como para dar escalofríos. Era realmente una
cumbre perfecta, el tipo de cumbre que todos los cerros tendrían que tener!
Estábamos en nubes densas sin ver mucho más allá, pero por suerte no había
viento – si hubiera habido, no hubiéramos podido permanecer allí más que unos
segundos tan precariamente expuestos. La altura era alrededor de 5410metros.
Gracias a la falta de viento no hacía tanto frío y pudimos llenar el libro de
cumbre y sacar fotos sin inconveniente. Me fotografiaron con una banderita del
“Club Deportivo Banco de Londres, Mendoza” que dejamos junto con el estandarte
de nuestro Club y el libro de cumbres bajo una piedra en un montículo que
hicimos sobre las rocas más cercanas a la cumbre. Ocasionalmente tuvimos vistas
del cruce (el “ridge”) que une el Gran Gemelo, que debe tener unos 100 metros más de altura
que este Gemelo Norte. En dos ocasiones vimos al Gran Gemelo mismo, un enorme
fantasma gris. Por supuesto esperábamos hacer este cruce y alcanzar esa cumbre
también, pero el mal tiempo no lo permitía. El filo (el “ridge”) que une estos
picos es obviamente largo y difícil pero estoy seguro que aquel que los haga
primero va a tener una regia subida. Eran como las 1pm y estuvimos allí arriba
más o menos media hora. Tomamos la precaución de encordarnos para el comienzo
del descenso porque cualquier resbalo seria por un trecho largo y rápido, pero
tan pronto llegamos al tope de la galería desencordamos y descendimos rápido
hasta nuestra carpa. Ahora nevaba copiosamente. Desmantelamos la carpa,
empacamos y continuamos bajando el glaciar hasta el campamento del Glaciar.
Cuando pasábamos enfrente del Pirquitas pudimos ver el otro grupo, que
consistía en Jesús, Fernando, Ulises y Mike, que hicieron el 2ndo ascenso y
travesía de este cerro, y saludábamos con gritos y moviendo los brazos. A las
5pm llegamos de vuelta al campamento donde Calpe nos recibió y produjo el vodka
de Mike para revivirnos y celebrar nuestro éxito. Luego levantamos la carpita
nuestra. Hacía bastante frío y soplaba el viento y seguía nublado. Hicimos sopa
vegetal y un plato de espinaca enlatada, seguido por una bebida caliente y
galletas – todo liquidado bastante ligero. Debería explicar que a este punto de
la expedición que era obvio que algo no andaba bien con la cuestión de nuestros
víveres este año. Lo que pasa es que se trajo demasiada comida enlatada y al
abrir una lata se comía muy rápido y no teníamos ciertas cosas básicas como
azúcar, galletas, cubitos para sopa, etc. Cosas que no pesan y que rinden más. El
resultado fue que realmente ahora teníamos poca comida y había que racionarla
con cuidado. Es muy difícil calcular de antemano la cantidad para llevar porque
no se sabe cuanta hambre uno tendrá o para cuanto tiempo. Por un lado, no se
quiere llevar de más por el peso, pero por el otro, no se quiere pasar hambre
tampoco. Esta vez, con raciones, duró justo. Volviendo a la narrativa…luego de
comer, prendimos las pipas, yo escribiendo en mi agenda y hablando de los
planes para el Campanario. Algo que trajeron varios miembros fueron harmónicas,
pero no se tocaron porque realmente este viaje no nos dio muchos descansos y
además se dejaron en el Campamento Base, habiendo traído sólo los esenciales a
este Campamento del Glaciar. Calpe me había dado unas píldoras para el refrío
que me quitaron el dolor de cabeza, un verdadero alivio. También nos dio
vitaminas y tabletas para la presión de sangre y no habiendo mucha comida,
estas píldoras eran como alimento! Los otros llegaron del Pirquitas al
atardecer. Tuvimos una noche de viento pero dormí bien.
Me quedé hasta tarde en mi bolsa de
dormir, en realidad los tres de nosotros nos levantamos tarde. Cuando salimos
de la carpa era una mañana clara, aunque todavía con viento. Ahora teníamos que
fijar nuestra atención a la
Torre del Campanario y nos fuimos a la carpa de Jesús a planear
la ascensión, y es aquí donde la expedición comenzó a desintegrarse…Debo
indicar aquí que ya sentíamos que Jesús resentía el hecho que trabajásemos casi
independientemente y ya había tenido desacuerdos con Mike y Calpe. Debo
explicar además, algo sobre el carácter de Jesús. Jesús es por dentro un hombre
muy bueno y puede ser – en realidad siempre lo es – muy encantador y chistoso,
especialmente a la vuelta en la ciudad. Él es uno de mis mejores amigos y es de
primera clase para organizar expediciones, siendo muy práctico y con mucha
experiencia. Pero (y es un “pero” grande como verán), tiene los atributos de
dictador, especialmente en las excursiones, pues trata de controlar y dominar
todo (recordándome a veces a un sargento de la armada), siendo muy terco. Es
imposible tener una discusión sensible y seria, o bien democrática con él.
Nunca he visto que admitiera algún error o que cambiara de parecer al ser
presentado con ideas mejores. Mentalmente, su reacción ante diferencias de
opinión es casi violenta. Esta actitud autoritaria o bien totalitaria mostró él
en todas las previas expediciones, pero siendo aquellas excursiones menores y
consistiendo de gente como Renzo y yo, Ulises y Flury, que eran sus amigos y
con temperamento tranquilo, nunca dejamos que esto causara problemas, ni con
rebeliones pasivas. Es más, de vuelta en la ciudad nos olvidábamos, sólo
recordando los éxitos y Jesús volviendo a ser el jovial amigo. Bueno,
regresando adonde estaba, teníamos un plan para el Campanario que se formó por
el hecho de que nos estábamos quedando sin comida y también porque el tiempo
estaba tan inseguro. Estábamos convencidos que se tendría que atacar al cerro
lo antes posible. Nuestro plan era de bajar por el glaciar con nuestra carpa,
el equipo y la comida. Al pasar por el Campanario lo estudiaríamos para buscar
la mejor ruta posible, si era por la parte norte o el lado sur y hacer la subida
el día siguiente mismo. Jesús, por el otro lado, quería hacer el reconocimiento
directamente saliendo desde el Campamento del Glaciar y volviendo aquí al
atardecer, saliendo definitivamente a subirlo al día siguiente con las carpas,
etc. De esta manera perdiéndonos todo un día. Estábamos muy en contra de este
gasto de valioso tiempo que nos perdería la conquista del cerro (en realidad
hubiera sido el caso), y de todas maneras la situación con la comida no nos lo
permitiría. Cuando le mostrábamos las ventajas y nuestras razones de hacerlo
así, más estaba Jesús en contra de nuestro plan y al final tuvimos que decirle
que no podíamos esperar y que saldríamos solos. Pudimos permanecer tranquilos y
normales, pero Jesús estaba furioso y resentido. Cuando terminamos de
prepararnos y nos fuimos a despedir de él, nos informó que su grupo (Fernando y
Ulises) no irían al Campanario. Una decisión tonta y violenta que nos
entristeció. La verdad es que bien ellos hubieran podido venir con nosotros
pero la testarudez de Jesús les costó el Campanario. Jesús tiene que planear
todo y dirigir todo él mismo, no tiene tiempo para ideas u opiniones de otros,
pero esta vez la excursión era demasiado grande para que tuviera el control
total. Nuestra rebeldía fue penosa y tratamos de hacerlo con suavidad y si la
excursión hubiese sido genuinamente democrática y “entre amigos” como tendría
que haber sido, no hubiéramos tenido que separarnos así. En la excursión hubo
muchos argumentos siendo Jesús la causa de todos, pero las relaciones entre el
resto de nosotros no podían haber sido mejor. Bueno, me quedé demasiado con
este tema, pero lo cuento porque influenció el curso de eventos de aquí en
adelante y de lo cual quiero olvidarme, que no es fácil porque nos dolió, tanto
a mí como al resto de nuestros compañeros. Basta! A eso de las 2pm salimos con
los buenos augurios por lo menos de Mike y Calpe. Era una tarde hermosa con
grandes grupos de nubes moviéndose detrás de los picos y el sol y las sombras
alternando sobre la gran superficie del glaciar. Nuestra dirección de marcha
era con rumbo sur hacia la Quebrada
del Campanario y estábamos pasando por la parte más ancha del glaciar, donde
dobla. Hacia nuestra izquierda se elevaban los picos sin nombres que yo llamaba
en mi mente “La Gran Barrera”
(comparándolos con el “Grand Barriere” del macizo del Annapurna) que es la
porción central del cordón Pircas, mientras que las cumbres de la parte de
arriba del glaciar: Gemelos, Fiala, Pirquitas, iban quedándose lejos de
nosotros. Ahora, enfrente de nosotros a la derecha, había una cumbre sin
nombrar que escondía al Campanario, y al cual Mike salió solo a escalarlo en la
mañana. Él debe estar en la cumbre ahora. Al ir pasando este cerro iba
apareciendo el gran castillo del Campanario al que devoramos con los ojos. Ésta
era la cara noreste que nunca habíamos visto (ni, además, ningún otro ser
humano), y lo primero que vimos fue una
ruta de ascensión en esta cara, usando una galería prominente que nos dejaría
en la parte arriba del borde del este del cerro, el camino a la cumbre.
Decidimos que era posible hacer todo en un día. Bueno, nuestro plan resultó el
correcto. Al próximo día atacaríamos el cerro, mientras que si hubiésemos
seguido el plan de Jesús, ahora volveríamos de vuelta al Campamento del
Glaciar, volviendo el próximo día para hacer esto – perdiendo todo un valioso
día. Comenzamos a buscar un sitio para nuestra carpa, encontrando uno en una
pequeña isla de pedregullos entre los penitentes en el costado del Gran
Glaciar, con los enormes despeñaderos del Campanario arriba nuestro. Sobre el
otro lado del glaciar se erguía el pico más lindo de la “Gran Barrera”, una
verdadera catedral de roca con las agudas líneas del Chartres (enorme catedral
de arquitectura gótica en Francia), mientras que el Cuerno de la Luna del año pasado ocultaba
a la quebrada del Campanario. Nivelamos las piedras y rocas con esmero y
levantamos la carpa allí. La cena consistió de sopa de vegetales, seguida por
un plato de carne con verdura, el último plato caliente por dos días. Me costó
dormir, pero esta vez no era por el dolor de cabeza, sino pensando en el
mañana. Me dí cuenta que los otros dos tenían el mismo problema, estábamos
bastante entusiasmados y me imaginaba que tensos. Al fin nos dormimos.
Nos levantamos bien antes que
saliera el sol, determinados a salir temprano, hasta salimos sin tomar nada
caliente. Renzo y Silvio encontraron sus botas heladas y húmedas por dentro a
pesar de tenerlas dentro de la carpa. Yo había usado las mías como almohada y
por eso no estaban tan duros y no tuve que calentarlas con las cocinitas de
alcohol (como los otros dos). Salimos llevando sólo lo esencial para un día,
antes que llegara el sol a la carpa, comenzando por unos escarpados acarreos,
muy empinados y sueltos, bastante horrendo. Cuando llegamos adonde había sol,
paramos. Silvio tuvo un ataque de diarrea bastante feo y sus pies, y los de
Renzo estaban sin sentido. Después de todo, la idea de salir temprano no fue
tan buena…Con el solcito y sacándose las botas, comenzó a circular la sangre en
los pies de Renzo y yo veía que estaba en agonía, casi llorando de dolor – eso
significa que debe haber dolido muchísimo, pues Renzo tiene más agallas que
nadie que conozca. Le hice masaje a los pies de Silvio por un rato largo y tuvo
un poco de reacción pero no mucha. Después de una hora los otros se pusieron
sus botas y continuamos por el acarreo y la roca podrida que había aquí,
siempre en ángulo empinado, hasta que alcanzamos los penitentes del glaciar
amplio suspendido que toca la punta noreste del Campanario.
Estábamos todos cansados y débiles
(habiendo estado continuamente activos por varios días y sin comer lo
suficiente durante los últimos cuatro), pero Silvio estaba peor, luego que su
diarrea le quitara fuerza, su entusiasmo desapareció. El hecho es que él no
tiene la fuerza mental de, digamos Renzo, y tenía la inclinación de quejarse y
ser un poco pesimista en todo. A veces sus quejas me molestaban, especialmente
cuando estábamos todos en la misma situación (¡cargas pesadas, frío, hambre!),
pero es mejor no decir nada de mi parte, pues puede ser que uno mismo tenga
cosas que molesten a los demás… Bueno, nos movimos laboriosamente por entre los
penitentes del glaciar suspendido sin ganar ni perder altura hasta que llegamos
al pie de la gran pared que era el frente de nuestro cerro. Habíamos estudiado
cuidadosamente este frente desde el glaciar y decidimos evitar la subida por la
galería donde las rocas tenían una capa de hielo y nieve, e ir más bien un poco
por la derecha donde divisamos una buena ruta por la cara que estaba más seca.
Esta frente se erguía desde el glaciar
mismo y desde los penitentes pasamos directamente a la roca misma. Como
comienzo de ascenso era impresionante. Nos acomodamos en una cornisa a los 2 metros de altura. Eran
como las 12 del mediodía y fue un momento decisivo.
La cosa era que el tiempo, que hasta
ahora estaba bueno, comenzó a nublarse, así como pasó antes en el Gemelo Norte.
Por otro lado, Silvio dijo que no iba a proseguir porque no se sentía bien.
Bueno, Renzo y yo tratamos de convencerle de seguir, rogándole, puteándole,
acusándolo de miedoso, simpatizando con él, etc.…todo!
Mientras esto ocurría estábamos
comiendo turrón, chocolate, galletas, pasas de uva. Con la idea de que
estaríamos de vuelta en el campamento al atardecer comimos casi todo lo que
teníamos, que no era realmente mucho, para darnos fuerzas para la subida. Silvio
al final se dio por vencido ante nuestras súplicas y accedió continuar con
nosotros. Fue un alivio! El tipo de roca del Campanario era algo bastante
distinto de lo que había visto en otras partes de la cordillera, uno de los
granitos más puros, hermosos y maravillosos que he visto, con enormes bloques y
fisuras verticales, con lindos puntos de agarre para la escalada en todos lados
y cornisas para hacer pie y sostenerse. Se podía hacer cualquier cosa sin
preocuparse por lo expuesto y la inclinación casi vertical (y era ambos!). Nos
encordamos con Renzo como líder, Silvio en el medio y yo en la retaguardia.
Todavía nos sentíamos un poco débiles, pero comenzamos a subir. Por supuesto
que nuestros movimientos, a veces agotadores, demandaba enorme esfuerzo debido
además por la altura, pero debo decir honestamente que nunca he gozado tanto de
una subida como ésta. Era hermoso, y la roca simplemente perfecta. El glaciar
rápidamente quedó bajo nuestro y pronto a mucha distancia allá abajo. El
tiempo, gradualmente y casi imperceptiblemente iba empeorando y se tornó frío y
gris. A los 120 metros
arriba hicimos travesía hacia la galería por una angosta cornisa, la más
expuesta y ventosa parte de la subida. Debo decir que Renzo nos guió
magníficamente. Continuamos ascendiendo otros 30 metros más o menos,
muy escarpado (casi vertical) y entrando en la parte arriba de la galería. Me
olvidé mencionar que Renzo clavó dos pitonisas en una parte difícil por
seguridad y tuve que sacarlas con bastante trabajo, pero fueron las únicas que
tuvimos que utilizar en la montaña. En la parte arriba de la galería, donde había
penitentes y llegando hasta la orilla del costado del este, ya no había mucha
pendiente. Pero a este punto la escalada se puso más serio, pero sin dificultad
técnica como en la primera parte. Esto
se debía primeramente por la
acumulación de nieve sobre las torres de roca y segundo por el tiempo que
empeoraba. Estábamos ya en nubes espesas, hacía mucho frío y nevaba. Teníamos
la esperanza que esta cornisa iba a ser fácil, pero no, consistiendo de varias
torrecitas de roca que emergían en la neblina. Algunas se tenían que subir y
otras pasar por el lado sur, pero solamente haciendo los pasos con la piqueta
en la nieve dura y hielo para poner los pies en costados de bastante pendiente
y peligrosos. Por suerte yo había traído mi piqueta, mientras que los otros dos
las dejaron al pie de la cara noreste, y esto nos salvó. De vez en cuando la
neblina aclaraba y podíamos ver hacia abajo la cara sur hasta la gran lengua
del glaciar, pero prefería no mirar porque estábamos a unos 1200 metros arriba e
increíblemente precipitosos. Toda nuestra situación era bastante alarmante,
pero ahora no podíamos volver. Luego de pasar sobre o por el costado varias
torrecillas de roca, o bien como escalones, en esta cornisa, llegamos a un área
nevada a nivel de la cresta, que había notado en mis fotos y que no estaba muy
lejos de la cumbre: Al final de un trecho por la nieve había una roca enorme de
grande como una casa, y que descubrimos tenía un hueco abajo, y aquí decidimos
pasar la noche, porque soplaba un temible viento blanco. Silvio ya no tenía
sentido en sus pies y su espíritu andaba por el suelo, pero Renzo y yo nos
pusimos a trabajar. El hueco pasaba de lado a lado debajo de la roca, así que
hicimos bloques con la nieve de abajo nuestro cerrando lo mejor que podíamos el
lado sur de donde venía el viento. Sacando nieve de abajo nuestro descubrimos
que entre las rocas grandes había agujeros y exploramos algunos a ver si
cabíamos adentro de alguno – (esto me hizo recordar al Norbert Casteret –
espeleólogo francés – con Renzo bajándome con una soga para investigar –
excepto que esto era espeleología de “lo más alto” en lugar de los más
profundo…), pero los huecos no eran lo suficientemente grande, lástima pues
hubiéramos estado mejor protegidos en uno de ellos. Al final hicimos como un
banco para sentarnos, con piedras chatas a lo largo de una zanjita para los
pies y aquí pasamos las próximas 15 horas. Nuestros esfuerzos en preparar el
lugar debe haber tomado 1 hora y media y pienso que no eran más que las 6 de la
tarde cuando comenzamos el descanso. Al sentarnos en el “banco” nos sacamos las
botas y las metimos todas juntas en una mochila que pusimos en el fondo de uno
de los agujeros bajo nuestro, arriba pusimos otra mochila, donde metimos todos
nuestros pies juntos. Renzo y yo nos pusimos los sacos de duvet (plumón), pero
Silvio no tenía, así que se sentó en el medio. Nos sentamos bien juntos para
mayor calor y porque el banco era tan corto que no había otra manera. Créanme,
nunca estuve tan apretado a una mujer con el entusiasmo con que me apretaba a
Silvio esa noche!
Teníamos un pedazo grande de papel
marrón de envoltura con el que hicimos lo mejor para protegernos de la nieve
fina helada que venía con las ráfagas de viento (gracias a Dios que tanto
viento no hacía), lo mismo quedamos cubiertos con el helado polvillo blanco. Comimos
como 10cm de turrón y pasas de uva, la única comida que nos quedaba, y nos
pusimos a cantar para pasar el tiempo todas las canciones que sabíamos.
Realmente cantamos muy bien. Luego continué yo solo canturreando melodías por
mucho tiempo sin parar, quizás por dos o tres horas, que conocía de todas
partes del mundo: de Méjico, Grecia, Argentina, Inglaterra, los EEUU, España,
Portugal, Brasil y otros países. Realmente me ayudó a olvidar el frío y la
incomodidad. La mayor parte del frío lo sentía en el trasero y las piernas y
pies, pero en realidad penetraba por todos lados, así que movía los dedos del
pie, todo el cuerpo y lo abrazaba al Silvio con fuerza. Nos tomábamos las manos
como amantes. El frío era simplemente terrible, pero peor era la incomodidad. Había
una roca que penetraba mi muslo, que al principio casi ni lo notaba pero más
adelante se tornó insoportable y no había forma de evitarlo, y allí estaba las
15 horas, una forma de tortura china. Hablamos de comida y de todo lo que
haríamos una vez de vuelta en la ciudad. Luego Silvio y yo pusimos un poco de
nieve en la caramañola derritiéndola con una vela prendida abajo. Luego de
media hora esto nos daba un poquito de agua, pero muy poca. No importaba,
porque haciendo esto nos ayudaba pasar el tiempo, ni pensar en la incomodidad.
Hicimos esto 2 o 3 veces durante la noche. Una de las peores cosas fue no tener
respaldo para las espaldas y cuando se nos venía el sueño de tan exhaustos,
esto si fue tortura, hasta que Silvio y yo nos abrazamos y descansamos las
cabezas en el hombro del otro - y en esta manera debemos haber dormido bastante
tiempo porque no recuerdo mucho de las últimas horas de descanso hasta que
escuché a Renzo diciendo que saliéramos afuera que había salido el sol y me
despabilé. Debe haber sido como las 9am. Sacamos nuestras duras piernas de
abajo la roca y calentamos lo mejor posible las heladas botas con una vela. El
pobre Silvio tuvo otro ataque fuerte de diarrea.
La montaña estaba cubierta de nieve
fresca y los eslabones cubiertos con profundidades de casi 2 pies entre ellos. Era
peligroso pero hermoso. Era una mañana espectacular sin nubes arriba nuestro
pero un mar de nubes bien abajo y los cerros estaban cubiertos de nieve comenzando
de los 3000metros, brillante blancura en el sol. Nuestra vista era hacia el
norte detrás de un parapeto de nieve, hacia el Gran Glaciar, que estaba muy
abajo, y hasta el muy distante horizonte. Había una claridad increíble hasta
para las grandes distancias. Celeste y
blanco eran los únicos colores. Estábamos “custodiando un poderoso castillo”,
rodeados por almenas resplandecientes, murallas vertiginosas abajo, y
supervisando un amplio dominio, pero la verdad es que no lo podíamos apreciar,
queríamos, pero simplemente no podíamos. Yo no podía dejar de pensar sobre
nuestro descenso de este cerro con toda la nieve. Me preocupaba tanto, que
excluía la belleza circundante. Podría haber tomado una docena de fotos, pero
tomé solo cuatro. Hacía mucho frío a pesar del sol pero logramos ponernos las
botas, nos encordamos y emprendimos la marcha alternando el guía. Nuestro
“bivouac” (donde pasamos la noche) estaba a solo aproximadamente 60metros de la
cumbre, pero nos tomó como dos horas alcanzarla. El hecho es que realmente
estábamos exhaustos ahora, yo tenía piernas como de plomo y la marcha era
difícil, tramos de nieve fresca profunda, partes de escalada difícil y la roca
bastante resbalosa. Especialmente recuerdo un eslabón grande de roca que nos
tomó mucho esfuerzo superarlo y casi nos dimos por vencidos. Sin embargo, al
fin montamos la cresta que nos llevaba a la cumbre, que se hacía más angosta
más arriba, y allí, bien al final y situado en la parte oeste del cerro, estaba
la parte más alta, que era una torre de roca de más o menos 4 metros de altura. Estimamos
la hora como las 11am. No escalamos la torrecita misma, la que se veía muy
expuesta y difícil y además no hubiéramos podido dejar los comprobantes en esa
roca pelada, pero de seguro estábamos en la cima. Y que regia cumbre que era,
angosta con bloques grandes de granito trizado y un precipicio todo alrededor.
El panorama también era tremendo, con la magnífica masa blanca de los Gemelos,
especialmente impresionantes y dominantes. Pero el hecho que estábamos tan
exhaustos, tanto como para estar llenos de apatía, que no podíamos apreciar el
increíble paisaje, ni el hecho de haber hecho cumbre y logrado lo que, por lo
menos en mi caso, había soñado por dos años.
Llené rápido el libro de cumbre – tembloroso
- incluyendo las dos banderitas y juntamos unas piedras para cubrirlo debajo.
Saqué dos fotos, Silvio una. No podía esperar más en iniciar el descenso, y
sentí enorme alivio ya al comenzar a bajar. Por dos años uno sueña con llegar a
una cumbre y luego, cuando por fin llegas allí, lo único en que piensas es
salir de allí lo más rápido posible – ¡irónico!. Silvio quería que bajáramos
con una serie de rápeles por la pared vertical norte porque la diferencia de
altura sería menos – pero era una idea loca porque con sólo una soga de
30metros, seguro nos hubiéramos encontrado atrapados, sin poder subir o bajar.
Renzo y yo estábamos decididos que bajaríamos más o menos por nuestra ruta de
ascenso. De acuerdo, bajamos por la cresta de la cornisa este pasando nuestra
roca de bivouac sin mayores dificultades y luego bajamos directamente al tope
de la gran galería. Tuvimos que hacer solo un rappel en este descenso. Luego de
pasar torpemente por los penitentes de arriba de la galería, llegamos donde
hace una caída casi vertical. Sin embargo decidimos continuar por la misma
galería en lugar de cruzar por la pared por donde venimos la tarde anterior, el
cual sería más difícil descender. La bajada por la galería era larga e
incómoda: por un lado había mucha nieve y hielo sobre las rocas, y por el otro
estábamos en la sombra con frío, especialmente las manos. La mayoría de las
caídas de pendiente, viéndolas de arriba parecían imposibles, pero Renzo,
sujetado con la soga, siempre encontraba por donde bajar, y una vez que lo
hacía, nosotros dos lo seguíamos sin mayor dificultad. Solo en la última caída
de todas tuvimos que hacer rappel, y esto nos dejó directamente en los
penitentes del glaciar, y allí casi hechos hielo nos apuramos fuera de la
sombra hacia el sol. Qué alivio estar en terreno fácil de nuevo y no en la
pared – esto lo podía apreciar a pesar del cansancio. Eran como las 6 de la
tarde, pienso. Nos desencordamos, descansamos, enrollamos la soga y comenzamos
a cruzar cansados el pequeño glaciar y descendimos la pendiente hasta nuestra
carpita abajo. Allí nos sacamos los guantes helados, botas y pantalones y
comenzamos a preparar una linda cena. Era agradable estar de nuevo en la carpa,
tan calentitos y cómodos, y con comida caliente en preparación. De repente escuchamos
gritos afuera y Renzo salió para ver. Era Mike, bien alto en las rocas arriba
del campamento y hubo una conversación a gritos. Luego de una hora él llegó a
nuestra carpa y explicaba que venia a traernos más comida y equipo por si lo
necesitábamos, un gesto muy generoso. Le encantó saber de nuestro éxito y él, a
su vez, nos trajo noticias. Había logrado hacer cumbre por primera vez del
pequeño cerro enfrente del Campanario, bautizándolo “Krakus” (que significa
oriundo de Cracovia, su ciudad natal) – altura 5030metros. A propósito
olvidé mencionar la altura del
Campanario es de 5197
metros. Mike también nos dijo que los otros habían
escalado otro cerro menor, que nombraron “Jepora”* (que significa hermosa roca
en Guaraní) también de 5030metros y que ahora ya habían descendido al
campamento base. La comida que trajo Mike fue una contribución muy bienvenida
para cena, que fue gloriosa: sopa de pescado, carne con espinaca y seguido con
pan con manteca y mermelada y miel, y té. Silvio y yo nos dormíamos entre cada
plato! Mike sacó su vodka al final y tomamos unos fuertes tragos para celebrar
la conquista. Los cuatro en la carpa era un poco ajustado, pero créanme,
dormimos como lirones!
Martes, enero 17
Nos levantamos tarde, con una
hermosa mañana. Desayunamos, hicimos poco y nada, sacamos fotos, y lentamente
empacamos. Bajamos la carpa y a las 1:30pm nos despedimos del lugar.
Originalmente hubiera querido hacer la bajada por la quebrada del Campanario,
pasando por la boca (el “hocico”) del Gran Glaciar hasta la laguna desconocida,
pero ahora estaba fuera de consideración, estábamos demasiado cansados para
hacer otra cosa que llegarnos al campamento base, y de todas maneras no
teníamos suficiente comida para quedarnos más. Era un trecho largo y penoso hacia
arriba el glaciar y cruzando el vasto ancho por donde se dobla el Gran Glaciar
y nos tomamos turnos para preparar la huella por entre los penitentes. El cielo
comenzó a cubrirse y se tornó bastante frío. Una tormenta oscura y siniestra se
venía acercando desde el noroeste, ocultando los picos del cordón de las
Delicias cuando llegábamos al Campamento del Glaciar. No perdimos tiempo en
levantar lo que quedaba del equipo que dejamos. Silvio y yo terminamos primero
y como hacía mucho frío, no esperamos a los otros, saliendo inmediatamente. Teníamos
muchísima carga y mi armazón parecía penetrar mis huesos. Llegó la tormenta
trayendo nubarrones que pronto cerraron alrededor nuestro y comenzó a nevar
copiosamente. Yo me quedé atrás de Silvio, quien tenía una carga más liviana y
podía andar más rápido. Por mucho tiempo, luego, yo andaba solo, como una
hormiguita entre medio de todas las grandes morenas y colinas. Tenía un
cansancio enorme y puteaba por la carga pesada que llevaba y el mal tiempo.
Casi llegando al Campamento Base pude ver a Renzo y a Mike y llegamos todos
juntos al Campamento. Dejé caer mi carga al suelo y conmigo encima. Silvio
había llegado una hora antes que yo. La hora era 8:30pm. Nuestra bienvenida no
fue de la más cordial, pero mejor de lo que temíamos que fuera, y las
relaciones pronto retornaron a una normalidad razonable y satisfactoria,
especialmente cuando nos metimos todos en la carpa grande y saqué una botella
de coñac que había traído especialmente para esta ocasión y bebimos y brindamos.
Calpe también contribuyó con un licor de menta y todos se sentían muy bien y
contentos. Mike, Silvio, Renzo y yo hicimos la cena en nuestra carpa, con carne
enlatada freída en manteca, que fue realmente delicioso, continuando con pan y
manteca con mermelada y té. Finalmente fumamos las pipas hasta pasadas la
medianoche durmiendo sin problemas.
Miércoles, 18 de enero
Me desperté tarde, y con la
excepción de Mike, fui el último en levantarme. Desayuno fue de galletas con
manteca y pasta de maníes, luego sacamos unas fotos. Fernando y Jesús salieron
hacia la Aduana
para traer las mulas del Campo de los Andes. Silvio, Renzo y Ulises se fueron a hacer un poco de
escalada en roca, así Calpe los filmaba. Yo me senté a escribir mi agenda en el
sol y observaba además los lindos efectos de las nubes en la quebrada, así como
lo había hecho en varias ocasiones el año pasado en la quebrada del Manzano
Histórico. Tuve un lindo almuerzo con Renzo y Silvio y luego, con Ulises y
Mike, pasamos la tarde sentados en el sol, fumando y charlando, bebiendo mate
hasta que en el atardecer comenzó a soplar viento y hacer frío. Silvio y yo
cocinamos nuestra cena con fuego a leña, aunque el viento lo hacía un poco
difícil, pero con buenos resultados: una sopa deliciosa y una comida principal
que tenía casi todo lo que nos quedaba, incluyendo cebollas, extracto de carne,
porotos, espinaca, carne de chorizo, zanahorias y manteca. Hacía mucho frío en
la noche y nos acurrucamos todos juntos en la carpa grande (para)* estar
calentitos. Conversábamos de temas que abarcaban desde hongos comestibles hasta
la teoría de la evolución de Darwin, hasta que nos fuimos a dormir. Silvio y yo
dormimos en nuestra propia carpa.
Jueves, 19 de enero
No nos levantamos muy temprano.
Desayuno fue de cocoa con galletas con manteca y mermelada. Teníamos una mañana
mixta de nubes y sol. Cada uno se puso a empacar sus cosas, porque esperábamos
que Jesús y Fernando llegaran alrededor del mediodía. Renzo, Mike y yo bajamos
hasta el pie de las morenas para esperarlos. Yo había cargado con todo mi
equipo, incluyendo equipo de escalada metálico y todo era tremendamente pesado.
Esperamos como dos horas a Jesús y Fernando y comimos una lata de sardinas,
mientras que la neblina iba y venía, a veces circundándonos bajando mucho la
temperatura, pero luego abriéndose dejando pasar el sol y el calorcito. A las
3pm decidimos continuar hacia abajo, la poca comida que quedaba en el
Campamento Base estaría mejor dividida entre tres que entre seis. Al final tuve
que dejar mi equipo de escalada pesado bajo una roca, sino no llegaría hasta la Aduana. Todavía pesaba el
resto, pero no tanto. Había comenzado a recoger florcitas al bajar desde el
Campamento Base, poniéndolas entre las páginas de mi agenda y ahora continué
esta labor por toda la bajada por la quebrada, recogiendo hasta 20 especies
distintas en total, de preciosas flores alpinas de todo color. Las he guardado
pero lamentablemente por su condición ahora algunas no se podrían identificar.
No debo ser muy experto para conservar flores secas. Arriba de la lagunita nos
comimos otra lata de sardinas. Ahora el tiempo se puso realmente feo – frío,
viento y bien nublado y hasta nevando un poco, así que nos apuramos para bajar.
La última parte la bajamos en neblina tupida tipo escocesa, y los arbustos se
parecían al “heather” escocés (tipo de arbusto de montaña con florcitas de
miniatura, tipo “brezo”). Llegamos a la Aduana al mismo tiempo que Jesús, Fernando y
soldado Soto llegaba de abajo, trayendo las mulas desde Refugio Militar, porque
aún no estaban las mulas que se habían solicitado desde el Campo de los Andes.
Yo estaba muy cansado, Jesús y sus acompañantes habían visto un ternero
ahogarse en el río y lo fueron a buscar abajo para proveernos de carne. Había
un gendarme gordito y alegre que estaba ahora a cargo de la Aduana, un tal Monzón, a
quien yo recordaba de hacen dos años.
La cena consistió del mejor asado que jamás había degustado, con pan recién sacado del horno (¡que cáscara rica!) y comimos hasta hartarnos, aunque la sal hacia doler mis labios partidos y tuve que aflojarle un poco. Lo único que faltaba era el vino. Nos fuimos a la cama bastante llenos. Cuando ya estábamos casi dormidos, inesperadamente llegaron 5 mulas del Campo los Andes con un Sargento y un soldado. Estos eran para acercarnos a Vista Flores en Campo Los Andes por donde pasa el camino principal. Al día siguiente, irían para la quebrada para traer los restantes andinistas. Dormí muy bien.
Viernes, 20 de enero
Fui el último en levantarme, y aún así,
me tomó gran esfuerzo. Me sentía cansado y molido. Llevando cargas pesadas
siempre me deja así. Este era un día frío y nublado con el Puntas Negras bien
cubierto. Jesús y Fernando ya habían salido con las mulas para ir a traer los
restantes tres de arriba. Mike había preparado “platski” en el horno, una
especie de panqueques polacos, para el desayuno que comimos con la cocoa. Luego
él y Renzo se pusieron a preparar pan en el horno, mientras que yo escribía en
mi agenda y al mismo tiempo cuidaba el puchero que estaba cocinando charlando
con Monzón. Almorzamos con el puchero, en la tarde charlamos y leímos revistas.
Pasaron unos chilenos que iban a recoger arreo, y uno de ellos, un jovencito,
como había perdido sus documentos, tuvo que quedarse en la Aduana y ayudar en los
quehaceres. Me hice amigo de él y charlamos por mucho tiempo.
A las 7pm llegó la partida de
arriba, pusieron las mulas en el corral y se sirvió asado afuera. No fue tan
bueno como el de la noche anterior. El pan de Renzo salió bueno, pero el de
Mike no se elevó, así que decidió cortarlo en tiras, los que volvió a poner en
el horno para que salieran como tostadas, pero salieron duras como ladrillos –
y Mike tuvo que sufrir las tomadas de pelo. De nuevo a la cama con la barriga
llena, quizás demasiado lleno, pero hubieron muchos días de hambre para
recuperar!
Sábado, 21 de enero
Esta vez en cambio, me levanté a las
5am, junto con todos los otros, empacando todo y luego, ayudando a cargar a las
mulas en la oscuridad. Tomamos un café antes de salir, extendiendo muchas
expresiones de gratitud para Monzón y para los otros gendarmes por su
hospitalidad. Algunos de nosotros íbamos a pie, mientras que otros montaron las
mulas que guiaban a las mulas cargueras. Yo caminando con Mike. Luego de una hora,
a las 7:30am, llegamos hasta Refugio Militar, donde recogimos al sargento y el
soldado. Apareció el sol y el Puntas Negras ahora bien detrás nuestro se llenó
de color. Entre las 8 y 9 de la mañana es la hora más hermosa del día aquí en
Mendoza, con temperatura agradable y el sol brillante, pero todavía el aire
fresco y limpio. Sin embargo pronto comenzó a calentarse y tuve que parar para
sacarme unas prendas, algunas de las cuales no me había sacado por muchos días.
Esta pausa me hizo quedar muy atrás del resto, por lo que tuve que caminar muy
rápido, alcanzándolos recién luego de 3km más o menos. A las 9:15am llegamos al
Manzano Histórico. Jesús, Renzo y Fernando se fueron en mulas a una cantina a
3km para comprar comida y vino, pero el resto de nosotros nos hicimos amigos
del encargado de la estación de piscicultura y algunos pescadores que allí se
encontraban, y pronto ya estábamos comiendo pan y queso y el inevitable asado –
esta vez con vino. Yo me acosté en el sol, puse la gorra sobre mi cara y me
dormí. Los que fueron a buscar los víveres no volvieron hasta el mediodía, con
vino y carne embutida. Pero esta vez no me prendí. A las 1pm volvimos a cargar
las mulas, cuando llegó un camión de la fuerza armada que traía los víveres
para este lugar desde el Campo los Andes. Aquellos que ya estaban montados en
las mulas comenzaron el viaje, mientras que el resto de nosotros (“la
infantería”) ayudamos a los soldados a descargar la mercadería del camión y
luego nos subimos todos al camión para salir hacia las planicies. Pronto
pasamos a las mulas por el camino y continuamos hasta un lugar en el medio del
campo más o menos a mitad del camino a Vista Flores. Aquí el camión cargó de
nuevo para otro viaje al Manzano con nuestra ayuda, y nos prometieron recogernos
a la vuelta, así que nos preparamos par descansar y esperar. Aquí realmente
hacía calor y algunos nos fuimos a un arroyo cerca con árboles a sus costados
donde nos quedamos. Mike se metió a nadar en el arroyo. Las mulas llegaron
antes que volviera el camión así que comenzamos a caminar con ellos
siguiéndolos por el camino de tierra en el calor durante unos 20 minutos, hasta
que llegamos cerca del arroyo otra vez, donde decidimos descansar y comer.
Cuando estábamos comiendo apareció el camión de nuevo. Esta vez decidimos
aprovecharlo bien, así que toda la expedición, con todo el equipaje, nos
subimos, dejando al Sargento y el soldado para que llevaran las mulas de vuelta
al Campo los Andes. El camión fue rápido, llevándonos a la calle principal, y
pronto estábamos todos sentados en la banquina esperando el ómnibus. Sin
embargo faltaban dos horas para que llegara, así que decidimos hacer dedo
mientras esperábamos. Calpe fue el primero en subirse en un auto, luego Silvio
y yo logramos subir con un señor muy amable, José Baquero, que era un cliente
del banco mío. No me reconoció hasta que le dije quien era. Le debo haber
parecido estar disfrazado en algún extravagante disfraz! Viajando tranquilo y
sin problemas nos acercó a la ciudad, yo dormido en el asiento de atrás la
mayor parte del tiempo. El Sr. Baquero muy generosamente nos llevó a ambos a
nuestras respectivas casas, así que llegué a las 6pm para tomar una regia
cerveza fría en la cocina, una ducha con agua caliente, cena y un montón de
cartas para leer.
--o0o--
Nigel (“Richard”) Gallop (1 de marzo
1929 – 21 de julio 2009)
Cuando mi padre Mike Zareba me prestó esta narrativa de Richard Gallop, me impactó tanto que quise que Renzo lo leyera - pero estaba en inglés! - por lo que luego pedí permiso a Adrian Gallop para traducirlo. Me tomó unos meses en hacerlo!
ResponderEliminarBuenisimo verlo aqui, actualizado con hermosas fotos, para que otros vivan las experiencias de aquellos bravos pioneros que fueron nuestros padres!
Johnny Zareba
johnny, gracias por tu gran trabajo de traducción, hoy podemos gozar de nuevo de esas aventuras...Y conocer un poco más de la historia de la conquista de nuestras montañas! Un abrazo
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