jueves, 10 de diciembre de 2020

PRIMERA ASCENSIÓN EN EL CORDÓN DEL PORTILLO: CERRO ULISES VITALE (5194m)

Existen aún hoy en día medio centenar de cumbres de “cincomil” sin ascensos en la provincia de Mendoza. Y a diferencia de lo que piensan los “depredadores” de minerales, es ése uno de los tesoros “ocultos” de nuestra cordillera: un ambiente natural prístino. Para quienes vivimos el montañismo como una permanente “exploración”, poder seguir contando con este “terreno de juego” es esencial, por lo que desde este espacio seguimos bregando por el libre acceso a las áreas de montaña de Mendoza.




El Cordón del Portillo es una de estas zonas que posee cumbres de 5000m sin ascensos. Y esto se puede deber a las características del terreno, típico de la cordillera Frontal: quebradas profundas y “taponadas” por glaciares de escombros y cerros con laderas abruptas y rocosas. Y aquí es conveniente pensar que las montañas que quedan sin ascensos permanecen así por alguna razón, ubicación en una zona muy alejada, dificultades que plantea su ascenso o la desinformación que hay con respecto a los ascensos anteriores.


A mediados del siglo pasado, el Club Andinista Mendoza organiza una serie de expediciones para explorar estas “áreas en blanco” tan comunes en los mapas de ésa época. En 1954 habían logrado ascender el “Tres Picos del Amor” desde donde habían quedado maravillados por un agudo pico: la Torre del Campanario. En enero de 1955, se decide realizar una expedición a la zona sur del cordón, buscando un acceso hacia ese “Fitzroy” mendocino que los había asombrado. Jesús Casanova, Alfredo Flury, Richard Gallop y Ulises Vitale, se internan por el Arroyo Manzano desde el campo militar de “La Remonta”, apoyados por mulares que les transportan la carga. Establecen un campamento base a 4000m de altura, sobre morenas al pie de las ignotas cumbres del Portillo Sur. La primera cumbre que escalan es una englaciada montaña que llaman “Fraile”. Desde esa cima observan otra cumbre más alta ubicada inmediatamente al norte, que los tienta a ser ascendida. Para ello deben trasladar su campamento al valle vecino. Lo hacen a través del “Paso Agonía”, tal es la sensación que les deja ese pasaje bajo la inclemencia del mal tiempo. Una vez al pie de esta segunda montaña, la escalan a través de un glaciar “colgante” que les demanda un laborioso trabajo en hielo duro, sorteando penitentes y grietas. Alcanzan el filo somital a la tarde, desde donde pueden volver a ver desde otra perspectiva, la Torre del Campanario. Pero un integrante de la cordada se siente mal y no dudan en descender para ayudar a su compañero, a pesar de estar a 100m de la cumbre… Pasaron los años, las décadas, y las montañas siguieron imperturbables a la espera de los montañistas. Ulises Vitale, el único sobreviviente de aquella cordada de 1955, en más de una ocasión había comentado detalles de aquella escalada inconclusa, buscando tentar a las nuevas generaciones para escalar ese hermoso “cincomil” del Portillo que esperaba ser ascendido.


Llegamos a noviembre del 2020, un año particular por donde se lo mire, y un entusiasta explorador de la cordillera de Tunuyán, Claudio Fredes, vuelve a posar la mirada sobre ese cerro. Pero esta vez desde una reciente cumbre ascendida, “Frodo” estudia y fotografía la accesible cara Noreste del cerro, comprobando la posibilidad de un acceso más corto y cómodo. Gerardo Castillo, también había sido tentado por Ulises a explorar esas ignotas cumbres y particularmente a probar suerte en aquella aún invicta. Así que cuando “Frodo” comenta su intención de ascenderla, encuentra rápidamente eco y pareciera que finalmente ha llegado el momento de develar el misterio: ¿habrá sido alcanzada la cumbre de esta montaña en los últimos 65 años? Lito Sánchez, Heber Orona, Ulises Corvalán y Adrián Miranda De María también se suman a la invitación para esta expedición, por lo que finalmente son siete los integrantes camino a este cerro.


En lugar de ingresar por la quebrada del Arroyo Manzano, desde “La Remonta”, lo hacemos a través del Arroyo Pircas, entrando desde el Manzano Histórico. Se cuenta con dos mulas cargueras para el primer día de marcha, alivianando sensiblemente nuestras mochilas. El primer día se recorre unos 10km, a través de la hermosa y florida quebrada, en la que debemos realizar varios cruces del arroyo. A la tarde se alcanza los 3100m, lugar elegido para el primer campamento. Gerardo y Lito se ponen manos a la obra, y el asado no demora mucho en estar marchando. Los demás buscan agua, leña y ordenan el equipo. Las nubes cubren al Campanario del Pircas y sus vecinos y algunas gotas apuran el armado de carpas. Pero la cosa no pasa a mayores y podemos seguir disfrutando tranquilamente la tarde. El asado ya está listo y mientras  se saborea la exquisita carne elegida por Adrián, las anécdotas, bromas e historias se hacen presentes, aceleradas por el infaltable vino.

Al día siguiente, tranquilamente desayunamos bajo los rayos del sol mientras seleccionamos el equipo a llevar. Nos espera una dura marcha por morenas, para alcanzar los 4200m del segundo campamento. Despacio comenzamos la marcha ganando metros, subiendo los sucesivos tapones hasta alcanzar la Laguna del Campanario. Allí aprovechamos a almorzar y gozar de ese oasis entre tantos bloques de piedra. Cargamos agua para la marcha (desde aquí en adelante no contaremos con agua hasta el campamento) y continuamos subiendo por la quebrada, enfrentando el primero de los dos grandes “tapones” de morena que debemos traspasar. El terreno es por momentos ingrato, típico de los glaciares de escombro de la Cordillera Frontal. Pero nuestro entusiasmo es mayor y palmo a palmo vamos ganando altura. Una vez superado el primer gran tapón, vemos el segundo escalón en el cual logramos distinguir una huella de guanaco que lo asciende por la izquierda.


Promediando la tarde vamos alcanzando los 4000m de altura, cuando nos encontramos ya sobre las extensas morenas que están sobre el segundo tapón. Aún nos resta seguir ganando distancia para acercarnos a nuestro cerro. Son cerca de las 17 cuando Ulises escucha el sonido de agua corriendo bajo las piedras, y no dudamos en establecer el campamento ahí mismo. Estamos casi a 4200m, altura más que suficiente para atacar nuestra cumbre. Debemos trabajar corriendo piedras un buen rato para poder armar las dos carpas. Aprovechamos los últimos rayos de sol para permanecer fuera de las carpas, gozando de la impresionante vista de la cara sur del Meiji (5215m). Una vez en sombras, la temperatura baja drásticamente y nos refugiamos a cenar en las carpas. Para dormir más cómodos, algún integrante opta por vivaquear cara a las estrellas, mientras otros continúan la charla sobre valles, quebradas y cerros por conocer…



Las primeras luces del día de cumbre nos encuentra en febriles preparativos. Son las 6.20AM cuando vamos ganando altura sobre las morenas que nos conducen a la cara noreste del cerro. En poco tiempo más estamos en un vallecito lateral que por el que baja un hermoso glaciar. Lo bordeamos por el sur y torcemos nuestra trayectoria para enfrentarnos a la pala de nieve que había fotografiado Frodo hace un mes. Si bien aún esta cara de la montaña permanece cubierta por nieve, ésta se encuentra totalmente “apenitentada” por lo que en poco tiempo más nos vamos enfrentando a lo que va a ser el principal obstáculo del cerro. A esa hora de la mañana los penitentes están “duros” y no queda más que volear la pierna, pegar saltos, hacer equilibrio, en un gasto de energía exagerado para poder ganar altura. Pero el entusiasmo de estar aquí, en este cerro ignoto, en esta cara de la montaña nunca antes explorada, es mucho mayor al cansancio que nos va provocando esta empinada ladera de colmillos blancos. Particularmente Frodo libra una batalla desigual abriendo la huella en la punta de la numerosa cordada, secundado por Gerardo quien realiza el infaltable “apoyo moral” en la elección de la ruta. 



Finalmente a mediodía, alcanzamos el “col” que veíamos en las fotografías: ¡nos abrazamos como si hubiéramos hecho cumbre! Muy cerca vemos el filo que debieron alcanzar nuestros antecesores en su intento de 1955. Y mientras descansamos, estudiamos lo que estimamos es la parte más complicada de la vía: el filo que conduce a la cumbre presenta resaltes rocosos que obligan a buscar alternativas por la abrupta vertiente sureste de la montaña. El “baqueano” Gerardo toma la punta, y comienza a buscar el mejor camino. Hacemos una travesía horizontal hasta la base de los canales de nieve que conducen a la cumbre. En estos canales los penitentes facilitan la subida, dando una buena sensación de seguridad. Y en poco tiempo más nos sorprendemos llegando a la cumbre, el último tramo ha sido más corto de lo que parecía. No hay rastros de anteriores ascensos y confirmamos lo que suponíamos…¡aún estaba virgen!





Nos abrazamos y felicitamos unos a otros, emocionados por poder concluir la exploración de esta hermosa montaña. Y comienza el ritual de las fotos, las filmaciones, el armado de la “pirca” o “apacheta”. La vista es increíble y nos podría mantener “embobados” por este infinito mar de montañas… Nos tomamos unos minutos para gozar del paisaje, tomar algo y probar un bocado: como diría Frodo: “disfrutemos la cumbre un rato que no vamos a volver por aquí” Y uno no puede dejar de pensar en lo cierto de esa afirmación, son momentos únicos que no se repiten. Y quizás ese sea el tesoro del montañismo, el vivir ese irrepetible momento.

Una bandera argentina y una hoja de papel con nuestros nombres es lo que dejamos al pie de la pirca. Por unanimidad decidimos nombrar a este cerro “Ulises Vitale” en homenaje al único integrante vivo de la expedición de 1955, y quien nos contagiara el entusiasmo por la exploración de esta región.
El descenso lo hacemos con las precauciones del caso: si bien la pendiente es pronunciada, los penitentes nos dan una buena sensación de seguridad, sólo hay que tratar de no romperse una rodilla o doblarse un tobillo en esta trampa helada. Vamos bajando en forma concienzuda y prolija, turnándonos para abrirnos paso en los penitentes. Y lo que pensábamos sería más sencillo, al final nos toma mucho más tiempo: recién cerca de las 6 de la tarde estamos en el campamento.

 



Las nubes habían cubierto el cielo desde hace unas horas, y la tarde se ha vuelto gris. Pero nosotros tenemos aún en la mente las imágenes de ese luminoso momento de cumbre que nos va a acompañar toda la vida.

Pronto comienzan a escucharse los calentadores y el té no tarda en llegar. Yo aprovecho el final de la tarde para alejarme un poco del campamento y ponerme a pintar una acuarela del cerro que acabamos de subir. Es una forma de conectar todas las pasiones ahí mismo…¡subir una montaña y pintarla!

Más tarde mientras en una carpa las conversaciones giran en torno a sistemas constructivos y viviendas, en la otra afloran recuerdos de conquistas pasadas…Y yo después de cenar, tomo mi bolsa de dormir y elijo un cielo estrellado para conciliar el sueño.

Al día siguiente todos esperamos los rayos de sol para secar la escarcha que han dejado las sombras de la noche. Contentos, haciendo bromas, vamos desarmando el campamento. El camino de regreso es largo y no podemos perder tiempo. Desandar las morenas nos lleva buena energía de saltar de bloque en bloque, de subir, de bajar, de ladear… es vivir la montaña tal como es.


A mediodía estamos llegando a la Laguna del Campanario, donde hacemos una parada inevitable para comer y tomar. Los kilómetros se van sintiendo y los pies son los principales damnificados. Aún nos quedan algunas morenas hasta llegar al campamento 1. Y desandar lo subido además de reconocer el esfuerzo que nos llevó la subida hace un par de días, nos hace conocer mejor la quebrada y encontrar los mejores pasos para evitar obstáculos. Cuando finalmente salimos del mundo de rocas y pisamos el “verde” nuestros pies nos lo agradecen. Cambio de calzado y seguimos en zapatillas. Parte de la carga se la dejamos a las mulas y seguimos con mochilas más “lógicas”. Y aprovechamos esta ventaja para apurar el paso, aún quedan muchos kilómetros hasta los vehículos. 

Los vadeos del arroyo nos van dando la oportunidad de refrescarnos durante la calurosa tarde, y sin aflojar seguimos devorando kilómetros a buen ritmo. Ya son más de las 5 y media de la tarde cuando vamos llegando al puesto donde quedaron las camionetas. La expedición llega a su fin y todo ha salido “redondito”, tal como dicen algunos de nosotros. Y nos fundimos en un abrazo más, como cada vez que logramos cada etapa del ascenso. Sólo nos queda ir a buscar las “truchas” (latas de cerveza) escondidas en el arroyo para brindar por la experiencia compartida. ¡Y nos volvemos a casa, sintiéndonos privilegiados al vivir esa misma pasión por la exploración de nuestras montañas que sintieron aquellos cuatro jóvenes hace 65 años!